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martes, 12 de agosto de 2014

Juventud, teoría e historia: la formación de un sujeto social y de un objeto de análisis - Sandra Souto Kustrín


Instituto de Historia del CSIC, Spain. E-mail: ssouto@ih.csic.es
Recibido: 5 Abril 2007 / Revisado: 10 Mayo 2007 / Aceptado: 14 Mayo 2007 / Publicación Online: 15 Junio 2007

Resumen: En el siguiente artículo se presenta la juventud como objeto teórico de estudio de la historia desde diferentes perspectivas, exponiendo las diferentes teorías que intentaban aproximarse al hecho social de la juventud y el tratamiento que ésta recibía por parte de ellas. Para ello se hace un recorrido minucioso de las experiencias por las que la juventud pasó para su nacimiento y consolidación como grupo social y de qué manera el concepto de jóvenes fue cambiando a lo largo de la historia. Se defiende desde el trabajo la necesidad de ahondar en el estudio de los jóvenes desde una perspectiva comparada que incorpore fenómenos similares en otras partes de Europa y del resto del mundo. Palabras Clave: Juventud, teoría, historia, sujeto social, análisis.
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INTRODUCCIÓN

La juventud se puede definir como el periodo de la vida de una persona en el que la sociedad deja de verle como un niño pero no le da un estatus y funciones completos de adulto. Como etapa de transición de la dependencia infantil a la autonomía adulta, se define por las consideraciones que la sociedad mantiene sobre ella: qué se le permite hacer, qué se le prohíbe, o a qué se le obliga. Se espera que los jóvenes empiecen a diseñar un currículo de decisiones propias - amigos, ocio, colectivos a los que se quiere pertenecer, educación, mercado laboral, …- que los convierta en sujetos autónomos, y la sociedad les exige una postura clara y definida ante ellos mismos y ante su contexto social inmediato. 

Cronológicamente, no tiene unos límites de edad precisos ya que, con el paso del tiempo, se ha producido un proceso de ampliación de estos límites –que no dependen sólo de consideraciones psicológicas, sino del desarrollo social, de las posibilidades de independencia económica y política, de la legislación, o de la percepción de la sociedad, y de los mismos jóvenes y de las organizaciones juveniles-, que continúa en la actualidad. Dentro de este periodo, además, se suele distinguir entre adolescentes y jóvenes adultos, división que destaca que estos últimos han alcanzado ya ciertas posiciones sociales que no están al alcance de los adolescentes 1. Las aproximaciones teóricas a la juventud han evolucionado ligadas a la situación histórica, al papel de los jóvenes en la sociedad, al mismo desarrollo de los movimientos juveniles y en función de las teorías predominantes en cada momento en las ciencias sociales. Por todo esto, vamos a comenzar este artículo analizando el surgimiento de la juventud como grupo social en Europa para, a continuación, realizar una síntesis crítica de las diferentes teorías que han tratado de explicar el papel y carácter de lo que se considera juventud y, finalmente, concluir con unas breves consideraciones sobre el estudio de la problemática juvenil en España. 

1. LA HISTORIA: EL SURGIMIENTO DE LA JUVENTUD COMO GRUPO SOCIAL

Ha habido siempre individuos adolescentes en el sentido biológico del término y desde tiempos inmemoriales se ha hablado de juventud: se puede rastrear la existencia de grupos de jóvenes por consideraciones de edad desde las sociedades primitivas a las primeras civilizaciones de la Antigüedad, como Grecia y Roma, o analizar la existencia de ideas o modelos sobre las “edades del hombre” desde el Bajo Imperio Romano. Se ha destacado también el papel de los jóvenes por consideraciones de edad en diferentes procesos históricos, desde la revolución francesa a la revolución de 1848 en Austria, pero se tiende a considerar que la juventud, como grupo social definido, no cobró importancia hasta la modernidad 2. Las sociedades europeas preindustrializadas no establecían una clara distinción entre la infancia y otras fases de la vida preadulta: en la Edad Media y a principios de la Edad Moderna y, durante mucho más tiempo entre las clases populares, a partir de los siete años “los niños entraban de golpe en la gran comunidad de los hombres”. Incluso la terminología utilizada para definir a los diferentes grupos de edad era diferente de la actual: la "adolescencia”llegaba hasta los 21-28 años según los distintos esquemas y la “juventud” se alargaba hasta los 40-50. Y estas distinciones se podían hacer si se hablaba en latín: por ejemplo, por lo menos hasta el siglo XVII en francés sólo existían términos para referirse a la infancia, la juventud y la vejez 3.

Esto no significa que las sociedades tradicionales ignorasen totalmente el fenómeno juvenil. Hubo, por el contrario, algunas que dispusieron de instituciones sólidas de encuadramiento de los jóvenes, pero en las que primaban las funciones socioeconómicas necesarias para la reproducción de la sociedad. La sublimación de valores como el honor, la solidaridad o el matrimonio precoz –este último principalmente entre las mujeres jóvenes- era un poderoso factor de integración social. Pero la juventud tal y como fue percibida a partir de la modernización hubiera supuesto un despilfarro irreparable para la supervivencia de la sociedad. En la Edad Media y Moderna, las universidades y los gremios tenían declaraciones simbólicas de madurez. Sin embargo, la educación sólo tuvo importancia para una minoría de hombres de clases altas; y aunque el paso de aprendiz a oficial daba a los jóvenes trabajadores cierta movilidad a escala local, esto no implicaba independencia ni posibilidad de movilidad social. La modernización introdujo también cierta autodeterminación de la juventud en relación con el acceso a una casa o a un mercado de consumo, la configuración de un estilo de
vida propio o una elección matrimonial independiente de la riqueza o de las propiedades, al igual que supuso la creación de espacios para los jóvenes en los núcleos urbanos 4.

Especialmente durante el Antiguo Régimen existieron grupos organizados por edad y, en algunos casos, con funciones similares a las de los futuros “movimientos juveniles” (por
ejemplo, la manifestación de una cultura propia de la juventud o la defensa de los valores de la
comunidad), como muestran los grupos juveniles existentes en la Francia rural del siglo XVI, el papel organizado de los hombres jóvenes en charivaris y festivales populares; o, en el caso británico, el peculiar carácter de los aprendices de la gran metrópoli que era ya entonces Londres. Sin embargo, su amplitud – tanto cronológica como social- no tenía nada que ver con la que alcanzarían con la modernización, cuando los grupos juveniles adquirieron una mayor autonomía y responsabilidad, se ampliaron a mujeres jóvenes y adolescentes, y llegaron a pasar de transmisores de los valores preponderantes en la sociedad a heraldos de una clase u organización 5.

El proceso de conformación de la juventud como grupo social definido se inició en Europa entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX 6. Aunque algunos investigadores destacan la importancia del factor demográfico, fueron más importantes las consecuencias de los cambios producidos por la modernización económica, social y política, y el desarrollo del estado moderno, que creó toda una serie de instituciones y reglamentaciones que si, por una parte, aumentaron el periodo de dependencia de los jóvenes por consideraciones de edad, por otra, les dieron un perfil característico y facilitaron tanto su organización como su actuación de forma independiente 7. Olivier Galland considera que la juventud contemporánea es menos libre que la del Antiguo Régimen, pero con el advenimiento del pluralismo de pensamientos y valores, como dice Michael Mitterauer, la adolescencia ha pasado a ser un momento de toma de importantes decisiones personales en todos los aspectos, frente a las predeterminaciones por sexo y estatus social existentes en las sociedades tradicionales. En todo caso, esta pérdida de independencia fue mayor entre los adolescentes –el grupo comprendido entre los 14 y los 18 años-, que pasaron a estar cada vez más sujetos a controles familiares y de otras instituciones, que entre los jóvenes adultos, que retuvieron parte de su anterior autonomía. Con la modernización, el adolescente y el joven se hayan expuestos en un grado cada vez mayor a una multitud de influencias competitivas y opuestas a los modelos de socialización dentro de la familia y el grupo doméstico de la comunidad local tradicional que eran básicamente uniformes y que daban lugar a una serie relativamente rígida de actitudes, normas, ideas y hasta expectativas. La especialización, diferenciación y organización de las instituciones responsables de la socialización de los adolescentes provocaron –y provocanenfrentamientos entre sistemas de valores cada vez más complicados y abiertos; y la creciente movilidad profesional y regional dio a los jóvenes más oportunidades para vivir conforme a sus deseos 8.
Entre los factores que favorecieron el desarrollo de la juventud como un grupo de edad claramente definido destacan la regulación del acceso al mercado laboral y de las condiciones
de trabajo de niños y adolescentes; el establecimiento de un periodo de educación obligatoria que se fue ampliando con el paso del tiempo y que se hizo cada vez más importante para asegurar el acceso al trabajo y el mantenimiento del estatus social; la creación de“ejércitos nacionales” a través del servicio militar obligatorio; o la regulación del derecho de voto. Estos procesos separaron a los jóvenes de la economía tradicional y familiar y de su dependencia de las leyes de herencia, a la vez que distinguieron – a través de la edad- a los niños de los adultos capacitados para trabajar o para realizar una elección política consciente 9. Aunque algunas de estas instituciones - como el ejército o la escuela- no eran nuevas, sí lo era su extensión a todos los estratos sociales. Por tanto, muchas de las “marcas” que fijan las fronteras contemporáneas entre niños, jóvenes y adultos no existían o estaban organizadas de forma diferente antes de lo que llamamos modernidad. Sin embargo, el proceso de modernización tuvo diferente ritmo y cronología en los distintos países, lo que también se reflejó en la problemática juvenil. Por ejemplo, la primera ley restringiendo el trabajo infantil se aprobó en Gran Bretaña en 1833: prohibía el empleo de niños menores de nueve años y limitaba el trabajo de quienes tenían entre 9 y 13 años a nueve horas por día, seis días por semana. En 1839 se promulgó en Prusia una ley que prohibía trabajar a los menores de 9 años; en 1853 la prohibición se elevó hasta los 12 años y la jornada laboral se limitó a seis horas hasta los 14 años. En 1871, esta ley se extendió a todo el Imperio Alemán, y en 1891 se prohibió trabajar hasta los 14 años y se limitó la jornada a 10 horas al día para quienes tenían entre 14 y 16 años. En Francia, la ley sobre el trabajo infantil de 1841 estableció la edad mínima para entrar al trabajo en los 8 años y prohibió que se contrataran menores de 13 años en trabajos nocturnos. La jornada laboral sería de 8 horas para los menores de 12 años, y de 12 horas hasta los 16 años. Ya en 1874 se prohibió trabajar a los menores de 12 años, salvo excepciones en que se permitía empezar a trabajar a partir de los 10 años, pero el trabajo de los menores de 12 se limitó a seis horas por día y se prohibió el trabajo nocturno hasta los 16 años. En España, sin embargo, hasta 1900 no se aprobó una ley que prohibía el trabajo de niños menores de 10 años y que limitaba la jornada de trabajo a seis horas en la industria y ocho en el comercio para aquellos entre 10 y 14 años; y, en Italia, en 1902 se promulgó una ley que establecía la edad para entrar a trabajar en los 12 años, frente a los nueve anteriores, con una jornada de 11 horas diarias 10. La educación primaria obligatoria se estableció en Suecia en 1842, y en Gran Bretaña, en 1870. En Francia las leyes de Jules Ferry entre 1881 y 1882 hicieron la enseñanza primaria gratuita, laica y obligatoria entre los 6 y los 13 años: aunque las leyes anteriores (como la ley Guizot de 1833 o la Ley Falloux de 1850) obligaban a
los municipios (a partir de un determinado número de habitantes) a mantener colegios y a que estos aceptaran gratis a los hijos de las familias más pobres, no establecían la gratuidad de la enseñanza ni permitían, por tanto, la obligatoriedad, y uno de los debates principales en ellas –continuado en todas las leyes educativas francesas del siglo XIX- era el derecho de las confesiones religiosas a mantener sus propias instituciones educativas y la posibilidad de educación moral y religiosa en las escuelas del Estado 11. Más lenta fue aún la extensión de la educación secundaria, que sólo creció considerablemente después de la Primera Guerra Mundial, aunque todavía fuera escasa la proporción de jóvenes que tenía acceso a ésta 12.

Por otra parte, los jóvenes no han formado nunca un todo homogéneo sino que, han reflejado las divisiones económicas, sociales, políticas y culturales existentes en la sociedad 13. La ampliación de la edad de dependencia fue un proceso que tuvo distinto ritmo en las diferentes clases sociales. Se inició entre las clases altas y medias y la idea de adolescencia no se aplicaba por igual a las mujeres y a los jóvenes de clase obrera. Por el contrario, algunos investigadores consideran que la juventud fue “impuesta” a la clase obrera, en primer lugar a través de los reformistas y las instituciones filantrópicas de la clase media que, con sus ideales de aislamiento, separación sexual e inocencia, estaban preocupados por la precocidad "antinatural” de los jóvenes de origen obrero, que consideraban un síntoma de delincuencia, lo que dio lugar a un intento deliberado de formar trabajadores “respetables y conformistas”. Así, se ha destacado que el conocimiento popular del concepto de adolescencia en Gran Bretaña antes de 1914 tenía menos que ver con la escuelas privadas  elitistas y con las relaciones de edad de la clase media británica, que con la crítica social a los jóvenes de la clase obrera, el debate sobre el trabajo de los niños y el movimiento a favor de su educación, que confirmó la percepción de la juventud como un problema, una etapa que
requería disciplina, supervisión y educación. La extensión del periodo de dependencia tropezó, a menudo, con la oposición de las mismas familias obreras, que necesitaban los ingresos extra que proporcionaban los niños y los jóvenes, lo que llevó a muchos de éstos a abandonar sus estudios. Como muestra Stephen Humphries en el caso británico, los jóvenes continuaron trabajando antes y después del horario escolar y se produjeron muchos movimientos de resistencia a las reformas educativas, que incluyó el hacer novillos, pero también las huelgas escolares 14.
La industrialización, especialmente la llamada segunda revolución industrial, provocó grandes
cambios en la formación y la vida laboral de los jóvenes. Aunque los sistemas de aprendizaje que regulaban la posición de los jóvenes en la Europa preindustrial no se disolvieron en el aire
con el desarrollo del capitalismo, sufrieron una compleja transformación: el camino para trabajos más cualificados y mejor pagados empezó a depender de la extensión de la educación o la cualificación profesional, que requería un gasto adicional de dinero ya que, además, se redujeron las oportunidades de formación en los lugares de trabajo. Pero, a la vez, aumentó la demanda de trabajadores no cualificados en un gran número de sectores económicos, especialmente en el de los servicios. Así, en muchos casos, el crecimiento del número de aprendices tenía más que ver con la explotación de una mano de obra barata que con las posibilidades formativas, lo que explica que los primeros movimientos de protesta de los jóvenes obreros empezaran precisamente entre los aprendices 15.

Las consecuencias de la industrialización, como la concentración de la población en las ciudades debido a la emigración -principalmente de jóvenes- desde el mundo rural, o la regulación del trabajo por tiempo y salario, hicieron que la gente joven pasase a ser un grupo definido y con mayor independencia en primer lugar en las ciudades. Ya en las primeras etapas de la industrialización muchos de estos jóvenes estaban disfrutando de hecho de un considerable grado de independencia económica y social. La preocupación de los adultos por estos hechos, especialmente entre las clases medias y altas, parecía ligarse con una preocupación general por el emergente sistema industrial y la potencial amenaza para el statu quo que representaba el proletariado urbano. Así, en muchas partes de Europa la juventud surgió como un fenómeno urbano y la experiencia que vivían los jóvenes por consideraciones de edad en el mundo rural era totalmente distinta a la de sus equivalentes urbanos: las formas
tradicionales duraron más tiempo, al igual que los grupos juveniles tradicionales de carácter
parroquial y en los que la Iglesia desempeñaba un papel importante 16.

Esta concentración en las ciudades y el aumento del tiempo libre, especialmente a partir de los
años finales del siglo XIX, introdujeron también importantes cambios culturales, con el desarrollo de las actividades de ocio, que se hicieron cada vez más organizadas y comercializadas: salones de baile, bares y, posteriormente, salas de cine y eventos deportivos, pero también acampadas y otras actividades al aire libre. Sin embargo, el acceso a estas nuevas formas de ocio estuvo al principio limitado a las clases medias y altas y a los sectores más favorecidos de la clase obrera. Los hijos de las capas más bajas de la sociedad trabajaban más horas y tenían menos dinero para gastar. Esta diferenciación se mantuvo durante bastante tiempo, y seguía existiendo en el periodo de entreguerras, cuando la oferta de ocio
creció y se dirigió principalmente hacia los jóvenes. Así, la formación de grupos de jóvenes
obreros en la calle para conversar, beber, jugar al fútbol o a las cartas fueron fuente de fricciones con la policía y de cargos ante la justicia por “obstrucción”17.

A las diferencias económicas, sociales y geográficas hay que añadir las de género y, en muchos países, las de raza/etnia. En cuanto a las diferencias de género, hay que destacar que
hasta finales del siglo XIX los conceptos relacionados con los grupos de edad eran distintos según los sexos, y los cambios producidos en las condiciones laborales de los jóvenes por la transición al trabajo remunerado afectaron de diferente forma a hombres y mujeres, por no hablar de las disparidades en el acceso a la educación y el largo periodo en que el llamado “sufragio universal” fue solamente masculino. La segregación por sexos en la escuela se mantuvo durante muchas décadas y fue especialmente duradera en los países latinos. Esto hacía la situación de la mujer joven muy distinta de la de los hombres, como han mostrado principalmente los estudios de historia de las mujeres, y las ansiedades sociales que provocaba su creciente independencia, aún mayores 18.

A lo largo del siglo XIX se fue afirmando también la idea de que la situación de los jóvenes trabajadores en las ciudades podía potenciar la delincuencia juvenil, o, al menos, la indisciplina. Especialmente tras la experiencia de la Comuna de París de 1870, se tomó conciencia del papel que podían tener los jóvenes, concentrados en grandes ciudades, con
tiempo libre y que no necesariamente tenía trabajos fijos, pero que podían alcanzar cierto grado de independencia financiera, en el desarrollo de acciones de protesta o en el apoyo a diferentes movimientos políticos 19. Pero se empezó a desarrollar la idea de que los jóvenes
podían –y debían- ser “tratados y curados”, más que castigados, y se crearon sistemas judiciales especiales para los jóvenes delincuentes. En Alemania, ya desde 1876 había juzgados separados para los adolescentes, y la Ley de Tribunales Juveniles de la República de Weimar aumento de 12 a 14 años la edad mínima de responsabilidad criminal y no se juzgaba como adultos a los menores de 18 años; en Gran Bretaña, en las primeras décadas del siglo XX, se establecieron organizaciones especiales para los delincuentes que tenían entre 16 y 21 años, separados por géneros. Entre 1880 y 1918 se desarrolló en España un movimiento de reforma penitenciaria, potenciado por las clases medias, que fijó su primer objetivo en la formulación de un sistema correccional para la juventud, desarrollando el cuerpo teórico que dio lugar en la última fecha citada a la creación de los tribunales para niños. Sin embargo, lo que los gobiernos, la prensa y los trabajadores sociales veían como evidencia de la “depravación” de las clases bajas era una tradición autónoma de éstas que se puede remontar a la segunda mitad del siglo XIX, y que no tenía porqué llevar necesariamente a actividades criminales, pero tampoco a posiciones “revolucionarias” 20.

Por ejemplo, en el tránsito del siglo XIX al XX en Gran Bretaña la preocupación adulta por la
juventud obrera giraba en torno al problema del hooliganismo, término que apareció en este
periodo y que cubría una amplia variedad de actividades, desde la delincuencia juvenil a las
subculturas juveniles –ya bien establecidas en la vida urbana británica- pasando por la tradicional falta de respeto de los jóvenes En el periodo de entreguerras hubo un amplio elenco de acusaciones contra la juventud británica frente a lo que se vio como una “ola” de crimen juvenil, de la que se culpaba a la relajación de la vida familiar, al sistema escolar, la decadencia de la vida religiosa o a las formas de ocio, aunque las investigaciones actuales concluyen que este “crecimiento” de la delincuencia juvenil fue de modestas proporciones. En España, los “pánicos morales” de la burguesía barcelonesa, por ejemplo, guardaban mucha relación con el incremento del número de jóvenes obreros, acostumbrados a relacionarse en las calles - lo que no hacían los jóvenes de la clase media-, y que eran considerados adolescentes “agresivos” e “insolentes”: según ciertos prejuicios, “en la calle sólo juegan los golfos”21.

Con el fin de crear una “juventud respetable” se formaron organizaciones juveniles patrocinadas por los adultos en distintos países de Europa. Entre las primeras instituciones en crear organizaciones juveniles se encontraron las diferentes confesiones religiosas, especialmente la Iglesia católica, cuyos patronatos juveniles y obras educativas-catequizadoras tienen una larga historia en países como Francia o España. En nuestro país surgieron en el sexenio liberal democrático (1868-1874) y en 1870, al crearse la Asociación Católica en España, se formó una “Juventud Católica”, aunque no se desarrollaría de forma importante hasta el periodo de entreguerras. Pero el exitoso modelo de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) belga no cobró importancia en España hasta los años cincuenta y sesenta del siglo XX: se cifra en 2.000 el número de jocistas en 193322. En cambio, en Francia, a partir de la Asociación Católica de la Juventud Francesa –formada en 1886- e, influenciados por la JOC belga, surgieron en la segunda mitad de los años 20, la Juventud Obrera, la Juventud Agrícola, la Juventud Estudiante y la Juventud Independiente, seguidas por sus equivalentes organizaciones femeninas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial casi el 15% de los jóvenes franceses estaban afiliados a movimientos católicos 23.

La Boy`s Brigade, la más antigua organización voluntaria uniformada británica, fundada en
1883, agrupaba a chicos de entre 12 y 18 años e incluía entre sus funciones educarlos en hábitos como la obediencia y la disciplina, desde una óptica cristiana. En 1902, se creó su equivalente femenino, la Guirls’ Life Brigade, que agrupaba a las chicas de entre 6 y 18 años. En 1908, el general Robert Baden-Powell fundó los Boy Scouts británicos– que integraban a chicos desde los 8 a los 23 años, divididos por grupos de edad, y en 1910 se fundaron las Guirl Guides, que agrupaban a chicas desde los 7 a los 21 años. Estas organizaciones inculcaban valores y actitudes conformistas y conservadores en materia de religión, moral y política, y defendían y educaban a las chicas para desarrollar las funciones sociales tradicionales de la mujer. La Guirls’ Life Brigade hablaba de la necesidad de abstenerse de las bebidas alcohólicas y de la obligación de ser pura en pensamiento palabra y obra; y, en 1938, las Guirl Guides tenían entre sus objetivos desarrollar “hábitos de observancia de la ley, obediencia y autosuficiencia” y hacer a las chicas “capaces de mantener buenas casas y
de educar buenos hijos”24.

Las organizaciones scouts pronto tuvieron más éxito que la Boy`s Brigade 25, y se extendieron
por todo el continente europeo, aunque no alcanzaron en éstos la importancia que en Gran
Bretaña, especialmente limitados en los países católicos por el recelo generado por un movimiento de origen protestante, como muestra el caso francés, donde se crearon tres organizaciones de scouts: una neutra, otra protestante, y una tercera católica26. Tampoco la
versión alemana de los Boy Scouts, -los Deutscher Pfadfinderbund-, formada en 1911, tuvo tanto éxito como sus homólogos británicos: la organización más influyente en Alemania - no
tanto por número como por servir como modelo para los adolescentes-, fue el Wandervögel:
literalmente “pájaros migratorios”, era una red de grupos excursionistas surgida en 1901 y
formada por jóvenes (hombres) estudiantes de secundaria de clase media. Pero “la retórica del conflicto generacional no debe oscurecer el grado en que el Wandervögel estaba patrocinado por los adultos y dirigido por ellos desde el principio”. Aunque tanto las diferentes organizaciones scouts como el Wandervögel se definieran como no clasistas, tenían poco que ofrecer a los hijos de las capas más bajas de la población: por una parte, por las diferentes tradiciones culturales de los medios de que procedían (por ejemplo, la segregación por géneros no era común en los grupos juveniles de los barrios populares); pero también por las distintas posibilidades de acceso a la educación todavía existentes y por el diferente nivel
económico: los hijos de los sectores más pobres de la población normalmente trabajaban y tenían menos tiempo y dinero para dedicar a este tipo de ocio. Por esto, estas organizaciones atrajeron sobre todo, además de a las clases medias, a los trabajadores cualificados, que estaban dispuestos a ajustar a sus hijos a los modelos de adolescencia de la clase media para que ascendieran en la escala social 27. El proceso de modernización y la conformación de la juventud como grupo de edad definido permitieron el desarrollo de movimientos juveniles independientes. Estos movimientos, debido precisamente al carácter desigual de dicho proceso, surgieron primero en el ámbito de la enseñanza superior: las organizaciones estudiantiles universitarias se empezaron a formar en Europa tras las guerras napoleónicas, y en muchos casos, como sucedió en España, estas asociaciones de estudiantes estuvieron en el origen de la movilización política juvenil 28. Las primeras organizaciones juveniles obreras
surgieron, en gran parte, por el agrupamiento de los propios jóvenes por sus derechos, no por la decisión de sus respectivas organizaciones de adultos. Por ejemplo, en Francia, se formaron
grupos independientes de jóvenes obreros, como el grupo de estudiantes colectivistas de París, fundado en 1893, que posteriormente se integraría en la Section Française de l`Internationale Ouvrière (SFIO), el partido socialista francés. Como dice Michael Mitterauer, hasta el surgimiento de las organizaciones autónomas de los jóvenes trabajadores, el movimiento obrero no había tomado muy en cuenta las cuestiones que eran importantes para la gente joven. Pero pronto buscaría –y conseguiría durante cierto tiempo-, como he analizado en otro sitio, acabar con esta autonomía juvenil 29.

Pero hay que ser cauteloso al aplicar el calificativo “juvenil” a un movimiento social: existieron algunos, como la “Joven Italia”, la “Joven Alemania” o los “Jóvenes Turcos” que hacían referencia más a la idea de una nueva nación que al hecho de que la gente joven fuera la que estuviera construyéndola; los movimientos democráticos radicales del siglo XIX fueron dirigidos por jóvenes, pero no eran movimientos juveniles propiamente dichos, y, como muestra el estudio de los existentes en Checoslovaquia en el siglo XIX, no se vieron a sí mismos como representantes de un movimiento juvenil aunque fueran apoyados y liderados por jóvenes. Es significativo, también, que el término “joven”, generalmente, se lo aplicaran sus oponentes como descalificativo, indicando inmadurez y falta de responsabilidad 30.

La compleja –y a veces conflictiva- relación entre las organizaciones juveniles y las organizaciones de adultos ha hecho que se distinga entre los movimientos juveniles creados, organizados y dirigidos por los adultos y las organizaciones para gente joven creadas, organizadas y dirigidas por los mismos jóvenes, lo que ha llevado a algunos autores a parafrasear a Karl Marx y hablar de “juventud en sí” y “juventud para sí”. Sin embargo, como he analizado en relación con la Federación de Juventudes Socialistas de España, la situación de una misma organización juvenil con relación a sus referentes adultos puede variar a lo largo del tiempo en función de las diferentes circunstancias económicas, sociales, políticas y culturales, de cómo afectan éstas a los jóvenes y de la implantación y el carácter de cada organización 31.

La primera gran oleada de movilización juvenil se produjo en Europa en el periodo de entreguerras. Aunque las reacciones fueran distintas en función de las diferencias nacionales, de clase, y personales, las vidas de muchos europeos quedaron inevitablemente unidas por los problemas que surgieron como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que tuvo un especial impacto en los jóvenes. La guerra bloqueó, debilitó o cambió radicalmente las principales instituciones sociales en que se llevaba a cabo su socialización: por ejemplo, las
familias se desintegraron, muchos niños y jóvenes se quedaron huérfanos y asumieron responsabilidades que antes no tenían, al igual que los jóvenes cuyos padres estaban en el frente; las llamadas a filas de los hombres hizo que muchas mujeres y chicas jóvenes asumieran mayores funciones en la familia y trabajos hasta entonces “masculinos”; los restos de las sociedades tradicionales prácticamente desaparecieron en las zonas rurales, … La
guerra supuso un aumento de la autonomía de los jóvenes para la que en muchos aspectos no
hubo vuelta atrás 32. Tras la Gran Guerra se hizo patente también un creciente interés de los grupos políticos por la juventud y la programación sistemática de actuaciones dirigidas a captar a los sectores juveniles de la población: tras la devastación producida por la guerra en casi todos los países beligerantes, se esperaba que la juventud fuera la fuerza dirigente de un futuro renacimiento: los jóvenes empezaron a ser vistos no sólo como la gente con problemas necesitada de ayuda o protección, sino también como “la fuerza para la renovación y la regeneración” –la que debía iniciar “el proceso de curación y renacimiento físico, mental y ético”, como decía la Ley de Bienestar de la Juventud de la República de Weimar de 1922. Aunque ya había habido llamamientos políticos a la juventud con anterioridad, las publicaciones y discursos dirigidos a los jóvenes se multiplicaron durante el periodo analizado y fueron realizados prácticamente desde todo el espectro político 33.

Pero la guerra - que se había vendido como una gran cruzada por la civilización, Dios y la patria y que acabó convirtiéndose en el mayor ejemplo conocido hasta entonces de barbarie- llevó a muchos jóvenes a buscar nuevos caminos y soluciones, y a abandonar los valores sociales tradicionales, mantenidos por los adultos que habían “fracasado” y les habían “fallado”, como parecía haber demostrado la Primera Guerra Mundial y como parecían confirmar la evolución política del periodo y la crisis económica de 1929, que afectó de forma
importante a los jóvenes, no sólo porque el desempleo fue importante entre ellos, sino porque las respuestas a éste y a la crisis económica les afectaron de forma directa: por ejemplo, las familias retiraron a sus hijos de los centros de enseñanza y los gobiernos recortaron sus presupuestos educativos 34. Y así, aunque los jóvenes no habían sido ajenos a la participación
política, especialmente en la etapa previa a la primera conflagración mundial, esta participación alcanzó el carácter propio de la nueva sociedad de masas en el periodo de entreguerras: se produjo una politización cada vez mayor de los jóvenes, un crecimiento de las
organizaciones juveniles y de su autonomía, y la juventud jugó un papel destacado, e incluso
protagonista, en la conflictividad social y política del periodo y en el desarrollo de nuevos movimientos, como el comunismo, el fascismo o el nazismo 35.

Aunque algunas de las organizaciones juveniles que tuvieron más influencia en el periodo de entreguerras existían con anterioridad al conflicto bélico, alcanzaron en este momento su mayor desarrollo y, por ejemplo, en el caso de las organizaciones juveniles socialistas, sus mayores cotas de independencia. Como dice Radomir Luza, el movimiento juvenil socialista había tenido un escaso desarrollo antes de la guerra y ésta produjo “el casi completo abandono de la socialdemocracia europea por parte del movimiento juvenil socialista”, que
estuvo en el origen de la formación de la mayor parte de los partidos comunistas europeos. Tras su reconstrucción en 1923, la Internacional Juvenil Socialista (IJS) estaba formada por 28
organizaciones y alcanzó su cenit en número de militantes en 1932, aunque en número de organizaciones miembros siguió creciendo hasta 1938, cuando llegó a contar con 6436. Fue
también en el periodo de entreguerras cuando se sentaron las bases de las organizaciones estudiantiles internacionales, cuyos orígenes se remontan a la Federación Mundial de Estudiantes Cristianos, formada a mediados del siglo XIX y que en 1908 empezó a publicar un periódico titulado Student World. En 1919 se formó la Confederación Internacional de Estudiantes, que se expandió hasta incluir no sólo a los países europeos sino también a algunos latinoamericanos, como México y Brasil. Centrada en cuestiones específicamente estudiantiles, en 1937 representaba a 42 uniones nacionales y era reconocida por la Sociedad de Naciones como la organización internacional estudiantil “oficial”. El desarrollo de las organizaciones juveniles en el periodo de entreguerras –tanto en Europa como fuera de ella- fue también el que permitió que se celebraran dos Congresos Mundiales de la Juventud, el primero en Ginebra en 1936 y el segundo en Nueva York en 1938, patrocinados por la Federación Internacional de Asociaciones pro Sociedad de Naciones 37.

Esta organización y movilización juvenil cada vez mayor -claramente percibida por los contemporáneos-, hizo que se desarrollaran estudios académicos sobre la juventud y su “problemática” desde principios del siglo XX y, especialmente, en el periodo de entreguerras 38. Así, no es extraño que las primeras teorías que intentaban explicar la adolescencia y/o la juventud también surgieran en el primer tercio del siglo XX y, especialmente, durante el periodo de entreguerras y al análisis de las aproximaciones teóricas a  la problemática juvenil es a lo que se dedica el siguiente apartado.

2. LOS INTENTOS DE EXPLICACIÓN

Aunque clásicos como John Locke o Jean- Jacques Rousseau iniciaron la definición moderna de la adolescencia y la juventud, e incluso algunos autores consideran la obra Émile de este último, publicada en 1762, como la “responsable” de la definición clásica del carácter especial e independiente de la adolescencia y un primer inventario de sus características “modernas”39, el concepto de adolescencia surgió en el ámbito académico con el libro de G. Stanley Hall, Adolescence: its psychology and its relations to physiology, anthropology, sociology, sex, crime, religion and education (1904). Éste partía de las características físicas y psicológicas de la pubertad para desarrollar una noción biológica de juventud que asociaba la adolescencia -comprendida entre los 14 y los 24 años aproximadamente-, con un periodo de tensión y desorden emocional, de confusión interna e incertidumbre (el sturm und drang de los románticos), que en la mayoría de los casos llevaba a desequilibrios emocionales que podían provocar desórdenes, desviaciones y neurosis y que comúnmente se expresaban en conductas egoístas, crueles o criminales 40. Las obras de Sigmund Freud y sus seguidores reforzaron este modelo e impulsaron la definición del periodo como innatamente difícil y problemático, además de universal, es decir, presente en todas las sociedades humanas 41.

Ni las teorías marxistas ni las weberianas analizaron el papel de los jóvenes: ocupados con las estructuras macrosociales de clase y estatus, tendieron, en la práctica, a contribuir a una visión homogénea, estática o parcial de la juventud 42. Sí es cierto que Lenin fue muy consciente del potencial que tenía la juventud como fuerza social y que la organización de la juventud y la elaboración de un programa específicamente juvenil fue una característica importante de las organizaciones juveniles comunistas en los años veinte y treinta. Antonio Gramsci dio gran importancia a la juventud porque consideraba que su educación era fundamental en la reproducción de la hegemonía social, política y cultural. Planteó la posibilidad de que se produjeran conflictos generacionales favorecidos no por cuestiones psicológicas sino por el contexto histórico y social, pero estos conflictos sólo tendrían importancia social e histórica cuando se relacionaran con cuestiones de clase o nacionalidad 43.

Las primeras aproximaciones sociológicas al concepto de juventud se elaboraron en los años
veinte del siglo XX. Margaret Mead inició su estudio sobre los jóvenes en Samoa como un
intento deliberado de contradecir las teorías de la adolescencia de Hall: negó el carácter biológico de la adolescencia y la juventud y que la primera fuera necesariamente un periodo de estrés y tensión, y defendió la preponderancia – quizá de una forma muy determinista- de los factores culturales. Frederick Trasher, por su parte, analizó 1313 bandas del Chicago de su época, superando las connotaciones psicológicas y patológicas predominantes en la criminología del momento: asoció la delincuencia con la desintegración social urbana y subrayó los elementos de solidaridad interna, vinculación a un territorio y creación de una tradición cultural distintiva presentes en las bandas juveniles 44.

También fue en el periodo de entreguerras cuando se desarrollaron las principales teorías generacionales en que se siguen basando en gran medida los estudios actuales que parten del
concepto de generación: la del español José Ortega y Gasset y la del húngaro Karl Mannheim.
Ambos destacaron la adolescencia y los primeros años de la vida adulta como claves en la afirmación de la mayoría de los criterios personales y en la adquisición de una identidad propia por parte de las generaciones, definidas como “un grupo de personas que siendo contemporáneas y coetáneas presentan cierta relación de coexistencia, es decir, que tienen intereses comunes, inquietudes analógicas o circunstancias parecidas”: una generación se
aglutinaría en la juventud aunque generalmente tendría vigencia en la vida adulta45. Este centro en la juventud fue acompañado a menudo por una visión negativa de ésta: para Ortega, la juventud es “la etapa formidablemente egoísta de la vida”, y Pedro Laín Entralgo caracterizó las acciones juveniles por su inseguridad, radicalidad y confusión; aunque en otros casos, se ha destacado la capacidad de cambio y la flexibilidad de los jóvenes, debido a que no están todavía integrados en el statu quo o atrapados por los intereses creados en la estructura social 46.

Además, muchos de los que proponen la utilización de teorías basadas en las generaciones tienden a verlas como un todo homogéneo, o a diferenciar dentro de ellas, como hacía Ortega, a “los individuos selectos y los vulgares”, a la “minoría” de la “masa”, lo que convierte al concepto de generación, como plantea Annie Kriegel, en uno “fundamentalmente elitista” y que sólo se puede construir retrospectivamente, cuando un conjunto de referencias ha sido aceptado como un sistema de identificación colectiva y sus protagonistas elegidos para representar a sus contemporáneos 47. Frente a Ortega, Mannheim distinguió dentro de las generaciones las llamadas “unidades generacionales”, definidas como “aquellos grupos, dentro de cada conexión generacional, que emplean siempre las vivencias que distinguen a las generaciones de un modo definido y diferente del de otro”, a la vez que negó que el factor generacional tuviera un carácter decisivo en la historia y que los movimientos generacionales fueran un fenómeno universal y constante. Frente a lo que diría Ortega posteriormente, Mannheim consideraba que estos movimientos sólo tenían un carácter “ocasional”, a la vez que destacaba la existencia, al mismo tiempo, de conflictos inter e intrageneracionales. Pero, como plantea Hood Williams, las unidades generacionales no lo son tanto en la medida en que se reconoce que hay sistemas de creencias compartidas que separan a las generaciones y unen a miembros de diferentes grupos de edad, lo que hace difícil encontrar un “nexo concreto” que configure una generación. Por otra parte, como muestran, por ejemplo, la ruptura ideológica de la “joven generación” que surgió con la Primera Guerra Mundial y los grandes contrastes políticos dentro de ésta durante la República de Weimar alemana, una influencia uniforme y general durante los años formativos no tiene por qué llevar al establecimiento de una “comunidad generacional”. Puede existir un contexto generacional uniforme en el sentido de un conjunto de problemas compartidos, pero no una unidad generacional cuyos miembros puedan ofrecer soluciones uniformes a esos problemas 48.

El recuerdo de la Gran Guerra, considerada uno de los orígenes de la “cuestión juvenil”, junto con la idea de que había una relación clara entre las posiciones de la juventud y la posibilidad de una consolidación democrática, hicieron que los estudios sobre los jóvenes continuaran durante la Segunda Guerra Mundial. Había una gran preocupación por la juventud alemana, probablemente por la mayor importancia del movimiento juvenil alemán y la mayor potencia –económica y política- de Alemania en comparación con otros países del Eje, dado que la socialización de los jóvenes en el nacionalsocialismo había sido –temporalmentemenos duradera que la del fascismo italiano 49. Esta percepción de la importancia de la “cuestión juvenil” también influyó en el desarrollo de nuevas políticas dirigidas hacia los jóvenes en los años que siguieron a la segunda conflagración mundial, como la ampliación del derecho de voto -que convirtió en ciudadanos con plenos derechos a gente cada vez más joven-, o la extensión de la educación obligatoria hasta incluir la enseñanza secundaria.

Desde el funcionalismo parsoniano y las interpretaciones basadas en éste –dominantes en las ciencias sociales en las décadas centrales del siglo XX - se enfatizaron las funciones positivas
de la juventud en la integración social, aún considerando la juventud como un periodo de “considerable tensión e inseguridad”: las culturas juveniles podían hacer más fácil la transición al mundo adulto, pero, a la vez, eran una muestra de las tensiones existentes en las
relaciones entre los jóvenes y sus mayores. Aunque el mismo Talcott Parsons daba a entender que el modelo de que hablaba se centraba en las clases medias urbanas, fueron características que se vieron como un modelo para toda la juventud y demostración del surgimiento, tras la Segunda Guerra Mundial, de una “cultura juvenil” separada, que unía a todos los jóvenes en un modo de vida muy diferente – e incluso opuesto- al de los adultos. Para Eisenstdat, en las sociedades modernas, los grupos de edad eran homogéneos y su función principal era favorecer la transición hacia la vida adulta, debido a la tensión existente en los jóvenes entre los valores particulares de la familia y los valores universales de la sociedad. Así, sólo se podían interpretar las culturas y las protestas juveniles de los años sesenta y setenta como resultado de situaciones de anomia, de falta de unas normas consistentes para dirigir la conducta, en suma, como una situación anormal. Se vieron los movimientos juveniles como síntomas de los problemas de la transición de la niñez a la edad adulta, lo que llevó a menudo a aproximaciones neofreudianas en las que el descontento juvenil se analizaba como generalización del resentimiento que la gente joven tenía hacia la autoridad ejercida por sus
padres 50.

Estos planteamientos acababan así, en la práctica, convergiendo con las aproximaciones psicosociológicas de la adolescencia y la juventud, que partían de las ideas de Hall y de Freud, y que fueron popularizadas por Erik Erikson a partir de los años 50: una visión más relativizada y sociológica que veía la adolescencia, en las condiciones cambiantes de la sociedad contemporánea, como un periodo de “crisis de identidad” y “moratoria de rol”, que se caracterizaría “por la combinación de impulsividad y de disciplinada energía, de irracionalidad y de animosa capacidad”, motivada por factores biológicos y psicológicos. Las “psicopatologías del adolescente”, que Erikson analizaba para casos concretos tendrían“síntomas sociales” e implicaciones políticas, ya que llevarían a los jóvenes como grupo a unirse a “pandillas y bandas aberrantes” y podrían ser utilizados por movimientos políticos y sociales. Pero no hay pruebas que demuestren que más que una pequeña minoría de jóvenes sufra las psicopatologías descritas por Erikson, ni evidencias de que las sufran más los jóvenes que otros grupos de edad. 51

En estas interpretaciones, la movilización estudiantil se consideraba una fuerza ciega que impulsaba a odiar a los mayores, pero incluso aceptando las teorías freudianas y neofreudianas del complejo de Edipo, éstas presentan dicho complejo como universal, por lo que no valen para explicar porqué en un determinado momento histórico los jóvenes actúan y en otros no. Tampoco explicaban porqué los estudiantes de las familias más acomodadas estaban más dispuestos a actuar que los de clases más bajas y, además, la mayoría de los estudiantes que protestaban mantenían una buena relación con sus familias y sus valores solían coincidir con los de éstas 52. Y es que el concepto de generación se utilizó en el siglo XX (y se sigue utilizando) en el análisis histórico, político y sociológico con distintos sentidos- relaciones de parentesco, cohorte o grupo de edad y etapa de la vida-, e incluso se ha hablado de generación histórica o política (un grupo de edad que ha estado sometido a experiencias históricas importantes y fundamentales en sus años de formación y se define a sí mismo como único); y distintos investigadores defienden limitar el concepto de generación a diferentes significados 53. Pero ya en los mismos años setenta la idea de un “conflicto generacional” no encajaba con las investigaciones empíricas: éstas, por el contrario, destacaban la importancia del estatus y de la posición social de la familia. La mayoría de los estudios realizados a los participantes en las protestas juveniles de los años sesenta en Estados Unidos demostraron un claro vínculo entre padres y activistas, mientras que, por otra parte, explicar la “alienación” y la movilización de los jóvenes de los años sesenta por el tópico de la tendencia de la juventud al radicalismo y al idealismo, al igual que sucedía con las explicaciones basadas en el complejo de Edipo, no explicaba la pasividad de los jóvenes en otros periodos, como los años cincuenta 54.

Las primeras formulaciones críticas de estas visiones enfatizaban su carácter “clasista”, pero se ha destacado que la psicología de la adolescencia, al igual que el funcionalismo parsoniano, marcó una norma de conducta y apariencia juvenil universal, determinada biológica y psicológicamente, que no era sólo de clase media, si no también blanca, heterosexual y masculina. Los intentos de aplicar su modelo a la clase obrera o a las minorías étnicas llevaron a visiones patológicas de sus culturas en las que se extrapolaba a la juventud de su contexto social y cultural y se la reducía a un sustrato común esencialmente biológico y psicológico, lo que produjo numerosos anacronismos, ya que se ignoraban las importantes variaciones históricas y culturales en las formas de familia, educación, cultura u ocio que influyen en los jóvenes, y sólo se podía explicar la “marginación” de la juventud como una psicopatología, el producto de la anomia o del fracaso del proceso de socialización 55. Al mismo tiempo, la gran oleada de movimientos estudiantiles de los años sesenta del siglo XX coincidió con la crisis de ideologías revolucionarias como el marxismo, lo que llevó a algunos autores a plantear que la juventud era “una nueva clase” y a estudiar a la juventud como la vanguardia del cambio social. Pero, como dice Abrams, al estar los jóvenes afectados por otras diferenciaciones sociales, los llamamientos a la juventud por sí sola no suelen lograr una propuesta ampliamente aceptable, viable o alternativa al orden social existente 56.

En los años setenta y ochenta del siglo XX, ante el fracaso de todas estas aproximaciones para
explicar la movilización juvenil, se introdujo una perspectiva de clase que destacó los valores
compartidos con los adultos. Así, las teorías de la reproducción social y cultural pusieron el
énfasis en la recreación de las estructuras de poder y las desigualdades sociales a través de
los grupos de edad, como muestran las obras de Stuart Hall y Tony Jefferson; y Geoff Mungham y Geoffrey Pearson. Estas visiones tenían como objetivo hacer regresar al primer plano las estructuras sociales y las relaciones de clase en la investigación sobre los jóvenes occidentales, pero sin abandonar las diferencias que implicaban las relaciones de edad. Como dijeron Graham Murdock y Robin McCron, “no es una simple cuestión de sustituir clase por edad, sino de examinar las relaciones entre ambas y más particularmente, las formas en que la edad actúa como una mediación de la clase”, que se refleja en distribuciones específicas de oportunidades, ventajas y desventajas en el acceso de la gente joven a sus experiencias específicas, como la educación, el trabajo o el ocio 57. Aunque la juventud tiene numerosas características en común, las divisiones sociales y geográficas provocan diferencias entre ellos y les ponen en muchos casos en estrecha conexión con la gente mayor. Pero los jóvenes experimentan situaciones similares a las de los adultos de una forma distinta y en un conjunto diferente de instituciones que las de sus padres; y cuando se enfrentan a estas situaciones en las mismas estructuras -por ejemplo, en el mercado laboral lo hacen en puntos de su vida crucialmente  diferentes 58.

Pero estas teorías también tienen limitaciones y se les ha criticado que se centran sólo en
determinados grupos de jóvenes y no estudian a las mujeres o a los jóvenes conformistas de clase media; y se ha planteado que hay que tener en cuenta otras dimensiones de la estratificación social, como el género o la raza; y también la vida familiar, que juega, por ejemplo, un papel fundamental en la reproducción de las identidades de género. Se ha producido, por tanto, la introducción de más y más dimensiones sociales y culturales. En esta ampliación del campo de estudio ha jugado un papel importante la aproximación del curso de la vida, que integra las relaciones de los jóvenes en las diferentes esferas de la sociedad (familia, grupo de edad, mercado laboral,…) en una aproximación biográfica, en la que estas esferas son analizadas y entendidas en su conjunto. Sin embargo, aunque se valora positivamente esta perspectiva por integrar proceso y estructura, tiempo individual y tiempo histórico, sus mismos defensores reconocen que se corre el peligro de acabar analizando más a los individuos que a los grupos sociales 59.

Por tanto, la especificidad de la juventud es “una norma construida históricamente, desarrollada socialmente e interiorizada psicológicamente”. La juventud como fenómeno social depende, más que de la edad, de la posición de la persona en diferentes estructuras sociales, entre las que destacan la familia, la escuela, el trabajo y los grupos de edad, y de la acción de las instituciones estatales que con su legislación alteran la posición de los jóvenes en ellas. La existencia de la juventud como un grupo definido no es un fenómeno universal y, como todo grupo de edad, su desarrollo, forma, contenido, y duración son construcciones sociales y, por tanto, históricas, porque dependen del orden económico, social, cultural y político de cada sociedad; es decir, de su localización histórica y del modo en que la“juventud” es construida en una sociedad. En 1800, por ejemplo, no había ninguna experiencia común entre la juventud de Europa y la de sus colonias, pero estas fronteras se fueron diluyendo progresivamente al avanzar la edad contemporánea, aunque incluso en una fecha tan reciente como 1997 se podía decir que “para una gran proporción de la población joven mundial la idea de juventud como un estadio universal de desarrollo era y sigue siendo un concepto inapropiado”60. El marco para entender la juventud debe incluir, por tanto, la continuidad y el cambio, las relaciones dentro y entre los diferentes grupos de edad, y las divisiones sociales de clase, género, raza y/o etnia, en un proceso en el que los jóvenes se interrelacionan con muchas instituciones -como la escuela, la familia, la Iglesia o el Estado- de una forma común y específica, diferente a la de otros grupos de edad. La juventud deviene, así, un proceso de socialización 61.

La organización social de las sociedades contemporáneas favorece las diferenciaciones entre los distintos grupos de edad, pero sólo en determinadas circunstancias históricas los jóvenes cobran importancia política, aunque no siempre los conflictos en los que participan tienen un carácter generacional. Hay que estudiar las coyunturas históricas en las que aparecen los grupos que se autodefinen como jóvenes, analizarlos en todos sus aspectos, incluyendo las representaciones que se asocian con ellos y las condiciones que posibilitan su formación, e investigar qué clase de relación de edad es relevante para la situación específica que se investiga. Las estrategias desarrolladas por los diferentes grupos de jóvenes dependen de la coyuntura histórica y están en una compleja relación con las de otros grupos de la misma edad y las de los adultos, con las instituciones y sus diversas formas de control, y con la cultura dominante 62.

3. A MODO DE CONCLUSIÓN: HACIA UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA DE LOS JÓVENES

Ha sido, por tanto, desde lo estudios empíricos – si no históricos, con una importante base
histórica-, desde los que más se ha avanzado en el estudio del surgimiento y desarrollo de la
juventud como grupo social. Pero a pesar de que las ciencias sociales han integrado la historia en sus análisis sobre los jóvenes, y que la historiografía sobre la juventud y los movimientos juveniles ha alcanzado un gran desarrollo en todo el continente europeo, este no parece ser el caso de España, probablemente influido por el ya conocido « retraso» español por las décadas de oscurantismo de la dictadura franquista. Los análisis sobre la juventud, las políticas dirigidas hacia ella, sus formas de vida, sus organizaciones, o su participación en la conflictividad social y política en el periodo anterior a los años 60 del siglo XX son escasos y no han tenido, hasta ahora, una gran continuidad, y como pasa con otros temas históricos, también son escasos los estudios de investigadores españoles sobre la historia de la juventud y de su organización fuera de España y las traducciones de obras sobre este tema 63. Tampoco parece que desde las otras ciencias sociales que estudian a la juventud 64 se conozca suficientemente su desarrollo histórico: cuando todavía se tiene que destacar en un, por lo demás, magnífico estudio sobre la violencia de los grupos juveniles actuales, que “la existencia de grupos juveniles que reclaman determinadas adscripciones ideológicas no hay que entenderlo en ningún caso como un fenómeno de una supuesta patología social” y se considera preocupante y novedosa “la utilización de esos grupos juveniles” por otras organizaciones “en su propio beneficio”, a pesar de los precedentes existentes en toda Europa, incluida España 65; se puede utilizar como ejemplo de movimiento juvenil “temprano” el movimiento estudiantil argentino de 1918 sin pensar en la impresionante movilización estudiantil que tanto influyó en la caída de la dictadura de Primo de Rivera66; o se puede hablar de la existencia de bandas juveniles sólo después de la Segunda Guerra Mundial, con unos antecedentes en el caso norteamericano estudiado por Trasher en 1927,
sin acordarse de las cliqués berlinesas de la República de Weimar, de las bandas juveniles obreras de la Gran Bretaña de entreguerras o, por quedarnos más cerca, de las bandas de jóvenes obreros barcelonesas de los años veinte y treinta 67, sólo se puede concluir que es preciso ahondar en el estudio histórico de los jóvenes en España en un marco comparativo europeo e insistir en la necesaria relación entre las diferentes ciencias que se ocupan de lo social, en este caso, en cuanto a la temática juvenil 68.

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